Ahora que estoy sola de nuevo –digo sola a pesar de que unas harapientas de twitter se burlaron de mi apreciación porque el mandato de los tiempos empoderados marca que no estás sola, que vos podés todo, que sos autosuficiente, como Miley Cirus en I can buy myself flowers– vuelvo para atrás pero ya no estoy en el mismo lugar.
Miro por el balcón y veo los edificios que miraba cuando hace tres años atrás estábamos encerrados por la cuarentena. Mi bebé tenía tres meses y yo estaba vulnerable y llena de hormonas. A veces pensaba en el balcón, en los edificios, en mí volando por el aire, saltando a otra terraza y escapando de mi encierro, de la maternidad, de la familia, del parate en el tiempo. Era una fantasía no suicida, era una fantasía poética.
Mi profesora de taller, Cynthia Matayoshi me señaló en el último texto que envié algo sobre la sensibilidad de otra época. De la pérdida de una época, de la pérdida de la sensibilidad de una época. Hizo eco en mi anterior análisis donde mi old fashioned style era un monotema. La pasaba tan mal. La pasé tan mal tratando de relacionarme con el sexo opuesto. Yo no sabía poner el cuerpo y nada más. Mi cuerpo iba siempre acompañado de mis emociones. Nunca logré –por suerte– escindir el cuerpo del corazón. Pero la pasaba mal porque era malinterpretada; o era tratada como un cuerpo sin una vida adentro, o era tratada como una enamoradiza aunque no lo fuera. Y ahora que volví a estar sola, después de diez años, me acordé de todo eso. De cómo jamás pude encajar en la sensibilidad de esta época y de cómo no podía hacerme algo en contra de mí.
Pero ahora soy otra y cuando vienen los proyectiles de personas sin conexión, sé reconocerlo y huir rápido. No me tocan los proyectiles de la posmodernidad. Yo soy un espíritu moderno para siempre. Puedo correr atrás de mis ideas y dejar que me atraviesen. Pero no estoy disponible para los experimentos que duelen. No más.
Enfrente había un terreno vacío, un hueco en la tierra que permaneció así estos tres años. Más o menos cuando me separé, comenzó el trabajo. Ahora miro por el balcón y veo que van por el piso tres. Veo como enlodan de cemento una superficie extensa. Del tamaño de un tres ambientes como el mío. Un día harán trazas, dibujarán el baño, la cocina, los cuartos y una pareja irá a vivir a ese futuro departamento. Tendrán hijos y se amarán y odiarán al mismo tiempo. Veo como los zapatos de los obreros se hunden en el cemento fresco. Ese edificio que se erige robusto mes a mes es la confirmación de lo que antes no había. Un hueco. Para que exista un edificio antes tiene que haber un hueco.